Si quieres leer una novela de Ciencia Ficción que te empuje a cuestionar el mundo y la sociedad que te rodea, no puedo pensar en mejor sugerencia que El Nombre del Mundo es Bosque, de Ursula K. Le Guin. Con el paso de los años me estoy convirtiendo en firme partidario de la escritura de Le Guin y sus ideas. Todo lo que ha escrito parece tan relevante en la actualidad, que da miedo. Creo que su tipo de CF tiene el don de no envejecer. Permanecen, siendo válidas las historias, sus teorías y filosofías, pese al tiempo. Es literatura breve y nítida y se resume mejor, simplemente, por sus títulos. Exempli gratia: El Nombre del Mundo es Bosque (The Word for World is Forest); novela que enfatiza el hecho de que los habitantes del planeta Atshe son uno con la naturaleza que los rodea. Seres que no ven distinción entre bosque y mundo natural. Civilizaciones que se han desarrollado con el tiempo para coexistir con la vida silvestre. Al compararlos con los colonos, es fácil ver los puntos de vista opuestos. Todo queda al descubierto en la superficie, pero eso no lo hace menos efectivo.
Y es que ha pasado bastantes años desde que en Secundaria (fueron los años que más CF clásica leí) me topé por primera vez con El Nombre del Mundo es Bosque. Y ahora pensé que con esta reedición que acaba de hacer Minotauro Esenciales en su genial colección, era el momento ideal para volver. Volver a un mensaje que todavía podía recordar. Le Guin no trata de ocultar el punto subyacente de la historia. Esta novela cuenta una historia trágica de colonización y opresión proponiendo la eterna pregunta sobre sacrificios que se requieren hacer para prosperar. Es una crítica a la sociedad, a los seres humanos, pero también una historia que te lleva a la empatía y revela el lado feo y cruel de lo que somos. La cara fea con la que quizás estamos demasiado familiarizados. Muestra un mundo pacífico siendo conquistado por una colonia terrestre sedienta de sangre, que alterarán la existencia de los athstianos (seres humanos evolucionados a partir de una antigua colonización humana); obligados a la servidumbre y a la merced de sus brutales amos. Pero la desesperación hace que los athstianos, liderados por Selver (uno de los nativos que desarrolla una insólita inclinación a la violencia, y contagia esa inclinación al resto de la población originaria), tomen represalias contra sus captores, abandonando sus restricciones contra la violencia. No obstante, al defender sus vidas, han puesto en peligro los cimientos de su sociedad. Porque cada golpe contra los invasores es un golpe a esa humanidad con la que nacen los seres nacidos en dicho planeta. Y una vez que comienza la matanza, no hay vuelta atrás.
Hablamos de un planeta cubierto de bosque. El objetivo comercial de la colonia humana (yumana) es la exportación de madera de este planeta hacia la Tierra. Un planeta que, para colmo, y pese a estar todavía en sus inicios, ya ha provocado una deforestación completa de parte de una de las grandes islas del planeta. El Nombre del Mundo es Bosque puede ser difícil de leer a veces para un jovenzuelo de catorce años, como podía tener yo la primera vez que la leí. Sin embargo, ahora entra de lujo, se entiende y mola de verdad. El problema es que Le Guin se agarra al antagonista principal, Davidson, para simbolizar el prontuario de una muy dura colonización por parte de la humanidad. Su opinión es que este nuevo mundo no es más que un lienzo para la expansión humana. Davidson es malvado hasta la médula y tiene una total indiferencia por la vida de los nativos del planeta. Y es cierto que al principio todo esto se hace muy fácil para Davidson, y para aquellos como él, por el hecho de que los athstianos son por naturaleza una especie dócil y pacífica. Para ellos, causar dolor es sacrificar quiénes son.
La escritura de Le Guin es extremadamente eficaz para transmitir esta idea. Nunca hay una sensación de victoria en ningún momento del libro:
«La ecología forestal es delicada. Si el bosque perece, su fauna (nosotros) puede irse con él. La palabra de estos seres para su mundo debe ser también la palabra para nuestros bosques». – Ursula K. Le Guin.
No hay más palabras, señoría.