La Tumba de Batman es una verdadera hoja de doble filo para lectores de cómics. Por un lado, ¿quién realmente quiere o necesita otro cómic de Batman en su vida en este momento? (Bajad, bajad, la mano) Entre el DCU tradicional y el sello Black Label, la línea editorial actual DC sigue bien impulsada como siempre gracias al orejas picudas, es obvio. Pero por otro lado, no todos los días DC lanza una nueva serie de los creadores de la magnífica The Authority, un cómic que hizo tanto como cualquier otro para remodelar el género de superhéroes en los albores del siglo XXI. Ya os digo que La Tumba de Batman probablemente no tendrá un impacto tan significativo, pero sí que logra traer algo nuevo a un personaje del que siempre queremos saber más. Dicho esto, se toma algún tiempo antes de llegar a lo bueno.
El maestro Warren Ellis y el artista Bryan Hitch incursionan en temas familiares de Batman (algo que debe ir en cláusulas de contrato, supongo), y se toman algún tiempo con el Caballero Oscuro paseando y haciendo sus cositas por la city. Escenas contra malos-malutos que reciben «mascás» en cara, escenas trepidante con patadas voladoras, etc. Inicialmente, o al menos en las primeras páginas del primer número, no parece que La Tumba de Batman, siendo una serie nueva, vaya a ofrecer mucho más que otros arcos de Batman. Pero engaña. Y vaya si engaña. Con el tiempo, esta serie de doce números genialmente recopilada en tapa dura por ECC Ediciones y publicada hace nada en nuestro país, comienza a revelar una curiosa intriga. Ellis e Hitch aportan dos notables florituras narrativas que ayudan a destacar con el paso de las páginas.
La Tumba de Batman comienza con una de esas noches en Gotham, las llamadas al 911 en espera y un Batman ocupado. Nuestro prota acaba de salvar a un policía y a su familia de ser asesinados por una pandilla con extraños tatuajes en el cuello, y ahora Batman está atento a una llamada al 911 que la policía parece no responder. Un hombre ha muerto en el apartamento 4C, un tal Vincent William Stannik. La mitad de su cara ha sido devorada. Stannik trabajaba en la oficina del fiscal de distrito y tras un colapso mental, aparece destrozado. Batman se acaba de meter de lleno en un misterio de narices. Está claro que Stannik tenía una obsesión por Batman porque las paredes de su apartamento están cubiertas de fotografías y recortes de periódicos que muestran al Caballero Oscuro en acción. Bruce se marcha mientras sus pensamientos viajan de algún modo a la mente de la víctima… Pero entonces percibe algo. Y cuando regresa al apartamento, mira debajo de la cama y encuentra al asesino con sangre todavía en los labios.
Con un premisa y un inicio a mi parecer maravilloso dentro del género detectivesco, se inicia este arco argumental que me ha encantado. El asesino se llama Eduardo Flamingo y está feliz de contar su historia y hacer amigos. Parece que lo llevarán de cabeza a Arkham. No obstante, Gordon tiene otro caso: Bobby Turton, un asistente del fiscal corrupto que escapó de los cargos, aparece también muerto. Este homicidio es extraño. Batman mete el hocico y sin comerlo ni beberlo, todo parece volver al amigo Flamingo. Un cúmulo de muertes, desprecios y luchas por el camino que van a provocar a Batman grandes heridas tanto físicas como psicológicas. Pero Batman es imparable y necesita calle.
Por mucho que el mercado de los cómics esté crónicamente saturado con contenido del orejas picudas, La Tumba de Batman se las arregla para hacerse indispensable como historia fresca, nueva y pone de nuevo el hype a tope con el superhéroe. Destaca encontrar en la obra a un Alfred Pennyworth cansado ya de su trabajo (su descripción de la dinámica Bruce/Alfred es muy inusual. No es en absoluto el sirviente deferente, sino una figura paterna cansada que se exaspera cada vez más por tener que complacer las inútiles fantasías de su ahijado) y a un Batman que pasa demasiado tiempo pensando en sus enemigos. Si bien el arte y la escritura no siempre se complementan a la perfección, Warren Ellis muestra su don con una aventura de Batman que vale mucho la pena leer. Y, por supuesto, mandar de viaje a la cómicteca.
Inevitable.