Seguir las historias de Jiro Taniguchi y perderse en ellas probablemente sirva algún día como estudio para terapias de psicología o clases literarias de relajación. Es toda una experiencia emocional cada una de sus historias y solo por eso este autor debería ser tan conocido en nuestro país como lo es en Japón o en Francia. Puedo decir que me sorprende bastante que fuera del mundo manga-comiquero de nuestros lares, la gente no tiene ni idea de quién es Jiro Taniguchi; considerado uno de los impulsores de la difusión manga fuera del país del Sol Naciente. Uno de los más galardonados en premios del noveno arte y uno de los que más premios Tezuka tiene. Aunque por no saber, los muggles quizás no saben ni quién es Tezuka… Que esa es otra. En fin, que si lees una historia de Taniguchi, quedas encandilado y quieres más. Por mi parte, como seguidor de las historias contemplativas, emocionales e instructivas que hace este hombre, ya os adelanto que Furari es una de las que puede tener más detractores, porque en mi opinión, solo sabrán ver sus virtudes unos pocos. Y la acaba de publicar en una genial edición en tapa dura la siempre recomendable Ponent Mon. Donde aún se pueden encontrar joyitas como Mascotas (https://www.cronicasliterarias.es/?p=3029), Barrio Lejano, El Olmo del Cáucaso o la genial El Caminante del mismo autor.
De Furari me encantó, sobre todo, la inmersión en la ciudad de Edo hacia 1800 que muestra Taniguchi. Una historia con un tono mucho más ligero y agradable de leer que otras de sus obras, que tienen lugar en la misma ciudad pero siglos después. Aprecié mucho cómo el autor le devolvió la vida a Edo con cuidado y amor, ofreciendo un recorrido por su interior entremezclado con hermosos paisajes pero también momentos de la vida cotidiana. Me pasó con Furari que, en ocasiones, me quedaba totalmente inmerso en el manga, disfrutando, hasta que algo de la vida real me despertaba de dicha ensoñación. Taniguchi tiene ese poder. Y en esta además hace tantas referencias culturales que entran ganas de leer el manga con un dispositivo de internet cerca para saber más de esas referencias. Como los guiños gráficos a las impresiones Ukiyo-e de los tiempos de Hiroshige (un famoso pintor japonés).
Todo a través de capítulos cortos que siguen un hilo narrativo sobre la maduración de un proyecto de viaje que permite unir la pasión del héroe como topógrafo a su pasión por la astronomía. La historia de una vida que presenta entre otras muchas anécdotas: animales encontrados por el protagonista, vagabundeos donde este último imagina ver a través de los ojos de animales y viajar así desde sus adentros y por encima de la ciudad de Edo… Pasajes de la vida visualmente interesantes, paisajes de los que apenas disfrutamos por culpa de esta vida de estrés y rapidez constante que muchos llevamos. Pues Furari es una obra contemplativa que pretende ser poética y cercana a la naturaleza. Sin acción, pero que esplende descanso y te impulsa a querer encontrar esa serenidad del alma. Los diseños son a veces magníficos, como esas flores de cerezo japonesas tan detalladas. Pero si tuviera que compararla con otra de sus obras, sin duda, recuerda a El Caminante (https://ponentmon.es/producto/el-caminante); el personaje principal tiene ese tok! de contar sus pasos, lo que le lleva a caminar bastante.
Aunque la mayoría de las escenas pueden parecer banales, tienes que verl Furari con otros ojos. Con los de una persona que ya no tiene prisa por nada y solo se empeña en vivir. Disfrutar de esos encuentros con un poeta o una libélula, son situaciones agradables que se deben disfrutar del mismo modo. Sentir empatía por la historia. Mas, siendo sincero, Furari no es una de las mejores obras que he leído de Taniguchi, pero yo la he disfrutado bastante. No sé si es mi pasión por el autor o por haber encontrado ese mágico sendero al trasfondo que propone. Vagabundeos de un personaje, que de barrio en barrio, de encuentro a encuentro, tanto humanos como animales, recorre la ciudad para conseguir mapearla. En resumen, una obra que propone un hechizo, una sesión de hipnosis relajante a la que hay que estar dispuesto a entrar. Muy recomendada también para amantes de la Historia, en particular, de la vida en la capital japonesa a principios del siglo XIX.
Grande Taniguchi siempre.